El portátil emitió
un “beep”, anunciando la llegada de un correo electrónico, pero
no le prestó atención, no desvió la vista de su trabajo. Con un
pincel fino, iba rellenando delicadamente la figura plasmada sobre el
papel. Sin importar cuánto demorara, le encantaba trabajar con
acuarelas, su carácter impredecible y sus tonos cambiantes eran lo
más parecido a las telas reales, a los distintos tonos y colores que
reflejaban cuando la luz se derramaba sobre ellas.
Iba con mucho
cuidado, dando pinceladas muy suaves, haciendo movimientos en extremo
cuidadosos y medidos, pues la seda blanca con la que, estaba segura,
debería crearse ese vestido, era muy difícil de reproducir sobre el
papel; con muy tenues toques de gris, reproduciendo sombras y
contrastes, daba vida a la suave tela brillando a la luz de la luna…
Dio una última
sutil pincelada, y dejó el pincel dentro de un frasco lleno de agua
para que se limpiara. Se tomó largos minutos para inspeccionar su
obra, plasmada en el papel de frente y detrás. Era un vestido de
boda, y aunque al principio tenía la intención de hacerlo recargado
y llamativo, se había dejado llevar por el silencio y la quietud de
la noche, y había terminado creando un modelo sumamente sencillo.
Era una única pieza que por el frente, nacía desde los hombros,
apenas por debajo de la línea del cuello, y caía, afinándose en la
cintura natural de la figura de la mujer y apenas se abría para caer
con naturalidad hasta el suelo. No tenía cola, pues la tela caía
sobre el suelo, derramándose en él, en toda su circunferencia. Se
dijo que eso sería un inconveniente, pues se ensuciaría con
rapidez, pero desestimó el tema de inmediato, no era su problema.
Hasta allí, no era gran cosa, pero por detrás, la espalda era
totalmente descubierta, creando un escote profundo que terminaba en
un pico. De una cadena de plata, cuyos extremos nacían desde las
tiras del vestido, pendería un único rubí en forma de lágrima
justo en la mitad de la espalda.
No era sencillo,
era absurdamente sencillo. Todo dependería de la tela y de la
prestancia de la modelo que lo llevara. No podía ser cualquiera y
ya, tendría que ser alguien cuya sola presencia impusiera. Si
dependiera de ella…
Detuvo sus
pensamientos abruptamente. No dependía de ella. No le interesaba si
el diseñador a quién le vendiera el modelo lo arruinaba
fabricándolo con telas burdas o adjudicándoselo a una modelo que no
estuviera a la altura de él.
Se levantó de la
mesa de trabajo y se dirigió hacia el escritorio, atravesando la
habitación con sus largas zancadas. Se sentó y acercó el portátil;
el reloj indicaba que eran más de la siete. Levantó una ceja, había
trabajado durante toda noche. Abrió el mail que le había llegado y
lo leyó.
—De ninguna
manera me reuniré al mediodía a almorzar. ¿Qué parte de “no
pienso hablar contigo” es la que no entiendes? —miró el reloj
una vez más, y tecleó la respuesta, negándose nuevamente a ese
horario.
Pulsó enviar y
volvió a observar la hora y la fecha. La fecha sobre todo. Se
recostó sobre el respaldo del asiento y se quedó observando
fijamente la pantalla del portátil, aún después de que se pusiera
el protector de pantallas, una diapositiva de paisajes idílicos.
Sólo cuando pasó una imagen de una multitud caminado por la Quinta
Avenida, lo recordó.
Hoy se cumplía un
año.
Ningún movimiento
o expresión delató lo que ese recuerdo provocaba, sólo su piel,
erizándose.
Lo había olvidado.
Durante algunas horas había olvidado completamente todo. No sabía
si eso era bueno o malo.
—Malo. Por
supuesto que es malo —se espetó con un tono de reproche.
Abrió el cajón
del escritorio, quitó el falso fondo y tomó una foto que había
guardado allí como castigo cuando sentía el anhelo de observarlo,
como una pequeña concesión cuando la culpa la agobiaba.
En este momento,
definitivamente era la culpa la que la aporreaba con crueldad.
Guardó la
fotografía, colocó en su lugar el falso fondo y cerró el cajón.
Cerró los ojos y dejó caer su rostro sobre sus manos. Hacía un
año, estaba segura de haber hecho lo correcto. Maldita sea, ayer
estaba segura de haber hecho. ¿Por qué ahora se sentía como la
basura más grande del mundo?
Se sobresaltó
cuando el celular comenzó a sonar. Se refregó el rostro con las
manos, intentando despejarse y respondió.
—¿Sí? Acabo de
mandarte un mail… —suspiró mientras escuchaba el discurso del
otro lado. Había pasado millares de noches en vela, pero hoy por
primera vez le pasaba factura.
—No lo haré
—exclamó con un tono en la voz levemente cortante.
Caminaba de un lado
a otro de la habitación, un estudio con amplios, e iba descorriendo
las cortinas negras que cubrían los grandes ventanales y que ahora
dejaban entrar la luz del amanecer que atravesaba el pantano, que se
derramaba sobre un enorme escritorio antiguo, en una punta, y una
enorme mesa de trabajo con materiales de pintura y dibujo, regados de
hojas, dibujos, pinceles y carboncillos, y en el centro de la
habitación, justo frente a los ventanales, un caballete con un
lienzo en blanco; cubría con rapidez la extensión de la habitación
gracias a las zancadas de sus largas piernas, enfundadas en unos
jeans azules. Su amplia blusa de estampado animal print se elevaba
tras ella. Sostenía el celular con una mano y mientras escuchaba la
respuesta de su interlocutor, ponía los ojos en blanco.
—Tío, yo te
entiendo todo lo que tú quieras, pero no me reuniré a esa hora.
Estaré en la puta París a medianoche, si quieres, pero no cuentes
conmigo para almorzar —su voz era monótona, casi tranquila. Bufó—.
Posen, no soy yo quien necesita de ti, eres tú el que necesita de
mi. Avísame cuando entiendas de razones —agregó, y sin más le
cortó.
Se dirigió hacia
su escritorio y dejó allí el celular, para tomar su agenda; buscó
la lista de trabajos pendientes, donde especificaba los detalles de
cada uno, y tachó con rojo brillante el trabajo que le debía al
diseñador con el que acababa de hablar. Que se buscara a otro que le
hiciera el trabajo difícil.
Se alejó del
escritorio y se dirigió a la mesa de trabajo, para buscar una
carpeta donde guardar el bosquejo del vestido de novia; mientras
buscaba, tomó una carpeta que contenía otros bosquejos de algunos
modelos. Sacó uno se quedó mirándolo fijamente, mientras lo
examinaba en busca de algún error o falla, algo que no cuadrara.
Tenía que terminar esa serie pinturas para la semana próxima, pero
ahora mismo no se sentía con ganas de pintar, ya no. Era una tarea
que requería dedicación y absoluta concentración.
La puerta de su
estudio se abrió, y una jovencita asiática entró, llena de la
energía y vitalidad que a ella le faltaba.
—Bueno, Ness, ya
tengo los pasajes para Nueva York y los pases para la New York
Fashion Week. Y digo “pases”, en plural, porque no pienso
perdérmelo —sacó una tablet del bolsillo trasero de su pantalón
y tecleó en la pantalla—. Salimos el domingo por la noche,
llegaremos a la madrugada, pero como el evento no comienza hasta el
lunes en la noche, tendremos tiempo suficiente para descansar y,
quizás también, pasear por la Quinta Avenida. Quiero compras
—mientras hablaba, se sentó en una silla frente al escritorio y
apoyó los pies en él mientras seguía tecleando en su tablet. Los
primeros acordes de Smell Like Teen Spirit comenzaron a sonar en el
aire. La joven se acomodó los lentes de grueso marco negro y sacó
del bolsillo de su camisa roja un BlackBerry—. ¿Hola? Sí, ella
habla. Ajam… Mmm… No deberías haberle dicho eso. Sabes que es
algo sensible… Ajam… Podría, pero no lo hace. Por supuesto que
es un grano en el culo… ajam… pero lo vale. Ok, hablaré con
ella. Te comunicaré de su decisión. ¡Bye! —Colgó y volvió a
guardar el teléfono en el bolsillo de la camisa—. Deberías ser un
poco más diplomática, ¿sabes? Ya te he dicho que debes inventar
excusas creíbles para los clientes, de ser posible filantrópicas,
para explicarles por qué no puedes reunirte con ellos. Tus versiones
poco educadas de “porque no se me da la gana” no entran dentro de
la categoría de excusas creíbles. Poniéndote terca y desagradable
no lograrás gran cosa. En fin, Posen espera que el proyecto siga en
pie. Llámalo.
Nessa siguió
observando el dibujo un minuto más, y asintió cuando decidió que
tenía falla. Lo había hecho hacía dos noches, pero no recordaba
muy bien la situación, así que debía controlar los detalles.
Guardó el dibujo y cerró la carpeta.
—¿Por qué vamos
a ir a la NYFW, Kwan?
—Porque tú me
dijiste que debías ir. Oye, ¿cuándo vas a aceptar mi solicitud del
Candy Crush Saga? Necesito vidas.
—Búscate una
vida, Kwan.
—Mira quién
habla —la joven levantó apenas una nalga, sacó de allí un
chicle, lo desenvolvió, se lo metió en la boca, lo mascó
groseramente y luego hizo un enorme globo con él hasta hacerlo
explotar.
Park Kwan Hye, o
Kwan Park para los norteamericanos, era una joven de veinticuatro
años, hija de unos inmigrantes coreanos dueños de una pescadería
cercana al puerto de Nueva York, era la única persona en la
actualidad que no temía hablarle con semejante desparpajo. La joven
siempre había aspirado a entrar dentro del mundo del modelaje y la
alta costura, y de hecho tenía títulos en peinado, maquillaje,
diseño de indumentaria y varias cosas más por el estilo que no se
había molestado en memorizar. Nessa había estado sentada en la mesa
al aire libre de un café de la Quinta Avenida, el lugar favorito en
el mundo de Kwan, y hablando por teléfono con un diseñador acerca
de un trabajo. Kwan había pasado por allí y oído lo suficiente de
la conversación como para detenerse y seguir escuchando. Una vez
cortó, se acercó a ella, se presentó y le comunicó que era su
nueva asistente. Pero eso no había sido lo más increíble de la
situación: más lo había sido que ella se encontrara asintiendo a
la muchachita e invitándola a sentarse a su mesa. Desde ese día,
Kwan había sido una constante de su vida, algo de lo que no habría
podido despegarse aunque hubiese querido. Y no porque no hubiese
querido, sino porque ella no había querido.
—He estado
distraída… —fue hasta la mesa de trabajo y tomó el bosquejo
sobre el que había estado trabajando durante la noche. Se acercó
adonde estaba Kwan y se lo mostró—. ¿Qué opinas?
—¡Oh, Ness…!
—la muchacha tomó el dibujo con menos cuidado del que debería y
se incorporó, apoyando de nuevo los pies en el suelo—. Es
precioso… Dios, si alguna vez llegara a casarme, cosa que no creo,
querría exactamente esto. Claro que nunca tendré el cuerpo como
para poder vestirlo adecuadamente, me faltarían algo así como
treinta centímetros de altura, pero es tan jodidamente fantástico…
—hizo un globo con el chicle hasta reventarlo.
Nessa le quitó el
diseño antes de que pudiera mancharlo y esta vez sí, lo guardó en
una carpeta.
—Muy bien,
estorbo, iremos a Nueva York. Ve a preparar lo que tengas que
preparar que yo prepararé lo mío.
—Y una vez allí,
te reunirás con…
—No me presiones,
chica —la cortó—. O te mataré mientras duermes.
—Awww…
-haciendo un ruido incierto, se acercó a ella y le pellizcó un
cachete—. Eres un encanto, Ness —le lanzó un beso al aire—. Si
al mediodía sigues encerrada aquí gruñendo, entonces me pasaré a
almorzar contigo, sino nos veremos mañana a la mañana para
discutir detalles. ¡No frunzas mucho el ceño o te arrugarás! ¡Bye!
Y se fue tan
rápido como había llegado.